Tengo muchos amigos, una familia
unida, compañeros de estudio y de trabajo; pero quisiera destacar que tengo
muchos amigos.
Pocas son las horas del día que
puedo dedicar a mi misma por completo y también escasean los momentos para
compartir con amigos. Es cierto que hoy por hoy basta con tomar del bolsillo el
teléfono celular, apretar unos pocos botones y podremos hablar con quien
queramos; o bien escribir algunas palabras para preguntar por su bienestar.
Es cierto que en los días más
grises y lúgubres basta con encender algunas lámparas, aunque nada se compare a
la calidez del sol: el amarillo más radiante acariciando la piel desnuda.
Nunca me gustó hablar de números
y no voy a comenzar a hacerlo ahora, lo cierto es que tengo muchos amigos, son
unos cuantos o algunos pocos… eso es cuestión de números; son los suficientes
para mí.
El problema no reside en tener o
no tener amigos, tampoco en el sentir ordinario del ser humano sino en el más
profundo y oculto desasosiego del alma. Soy una persona amada, esto lo puedo
afirmar con certeza; y además está inserto en mi sentir ordinario y
fundamental, soy una persona querida. Éstas son afirmaciones sin el más mínimo
dejo de mentira; estoy rodeada de personas a las que quiero muchísimo, pero la
soledad permanece, tenue e incierta, en cada pequeño átomo, en la más mínima
unidad, en las partículas que ingresan a mi cuerpo en cada inhalación. La
soledad en el núcleo, la soledad raíz, la soledad que nos esclaviza, pero más
aún, nos hace libres. Es esa que se encuentra en el misterio primordial del
nacimiento; en el mayor de todos: la existencia; y en el más aterrador: la
muerte. Y aunque no lo admitas, se que cada uno de nosotros, seres vivos, teme
siempre a la inminente.
La soledad se ve generalmente
sesgada o ignorada, haciéndose más importante los lazos interpersonales, la
vida diaria, el desayuno, el trabajo, la calle, el viento y todo lo que el
mundo nos arroja para hacernos un hogar. Pero siempre se mantiene, tenue,
serena, la soledad en los lazos interpersonales, en el viento y en todo lo que
el mundo comparte con nosotros y más aún, en todo lo que nosotros compartimos
con el mundo. Compartimos también la soledad.
La soledad se encuentra en el
pensamiento, por más que hayas leído a los autores tales o cuales, y pongas en
tu pecho la insignia de su pensamiento, al evaluarlo se hace tuyo, y se hace
soledad. Aún cuando discutes tus ideas con los mejores amigos o cuando aceptas
las de ellos, y por in breve momento flote en el colectivo, una vez que la
absorbes se hace soledad.
La soledad muchas veces genera
tristeza, muchas veces es necesaria para encontrar la paz. Tal vez estemos
todos conectados, uno podría mezclar su conciencia en la sincera creencia de la
colectividad espiritual o mental, uno podría recitar mantras y promulgar
salmos, pero en definitiva es siempre el individuo quién toma esa decisión, no
la de ser o no ser, sino la de creer. Siempre permanece en el individuo, en
cada uno de nosotros la decisión, el libre albedrío.
A veces se hace demasiado grande,
demasiado intensa, el cuerpo comienza a padecerla, por más que el individuo no
lo note, aunque generalmente ese no es el caso. Esas veces en que la soledad es
demasiado intensa la esperanza se vuelve escasa y mezquina, la rutina se hace
agobiante, y muchas veces la solución es escapar a lugares aún más solitarios,
pudiendo ser lugares físicos o lugares intangibles, del pensamiento.
A veces la soledad demasiado
intensa se convierte en una amiga, es a quien acudimos en los momentos de
profunda y desconsoladora pena; estruja la garganta, la retuerce con rabia;
todavía no sé por qué haría esto… hay veces en que abre el pecho y deja entrar
el aire más puro, llenando el núcleo con calidez y frescura al mismo tiempo;
sólo la soledad tiene esta facultad.
Uno de los recuerdos más vívidos
que tengo de la soledad, es justamente compartiendo una puesta de sol con
amigos; el sentimiento era sólo mío, por más que lo describa mil veces; por más
que lo describan un millón de veces los escritores más hábiles, sé que era solo
mío, y que en mi mente muta, y que eso lo hace soledad.
También este breve ensayo es
soledad; aunque lo entiendas tal cual yo lo concebí, aunque estés de acuerdo
con todo lo que expresa, al leer cada palabra la haces tuya, y la guardas en tu
propio ser, y la entiendes y la aceptas, la masticas, la regurgitas, la
modificas. Una idea, por más compartida que sea, en cada persona se hace
soledad.
Podría contarte de mis más
terribles penas, de mis zonas más oscuras, y tú podrías darme un abrazo
cariñoso y comprensivo, podrías intentar ponerte en mi lugar, sentir empatía…
pero no son tus penas, y tampoco quiero que lo sean, y agradecería
infinitamente tu compasión; pero son mis penas, que únicamente yo siento como
yo las siento, que únicamente yo comprendo en su totalidad, aunque muchas veces
no comprenda su porqué, y las llamo una vez más, por última vez: soledad.
Ya ni siquiera la palabra soledad
llega a describirla realmente; es Spleen, es muerte, es oscuras golondrinas, es
Solaris, es ciénaga, es desolación extrema, es un hombre convertido en insecto,
es la selva y el desierto, es una gran metrópolis. El universo envuelto en ella
y tejido con sus finos hilos, existente a causa de ella.
1 comment:
Eta nota deja planteada varias incógnitas, alguna contradictorias. Tengo muchos amigos : me siento sola, o siento soledad.
Me siento querida y amada: yo no se si quiero o amo.
Una prosa plena de fuerza, vitalidad, energía: en el fondo está el vacío y la nada.
Todo esto es un sentir verdadero: o todo es ficción, novela.
Un psicólogo diría a primera vista que es un cuento, una autobiografía de alguien que no es quien la escribe.
Tiene valor literario sin duda.
Pero ¿ y si fuera cierto lo que plantea, si fuera el mismo grito de ayuda que exclama cada partícula del Universo en vísperas de dejar de ser lo que es, lo que quisiera ser, de su trasmutación en otro ser,, destino común de cada microcosmo material y humano?
Eduardo (uno de tantos amigos)
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