11.16.2009

Color Implacable

El reloj de mesa marcaba las 6.30. No se escuchaba ningún otro ruido en el cuarto, salvo el tic tac.

Me debatía entre la conciencia y la inconciencia, prefiriendo la segunda, como si hubiera sido un artista del sXIX en una casa de opio, rodeado de prostitutas del inconciente. Pero esos estados no eran benevolentes hacia mí.

La repetición continua del reloj alimentaba mi ansiedad, que me llevaría pronto a la decadencia.

Vacas chillonas se oyen a lo lejos, repentinas como el relámpago enviado del cielo. Los gemidos ultrajan mi estancado ser, distraen mis fluidos mentales de la tarea primordial y salgo del trance. Pero no dejan de ser más que vacas... chillonas, como el fucsia.

I´m an empty vessel.

De nuevo quedamos aislados el reloj y yo, mi corazón se acompasa con él, y mi cerebro late junto a ellos también. El trance retoma su reinado, y trae con el un tinte de paranoia púrpura.

mmmmmmmmmm... se repite un zumbido en mi cabeza... creación propia.

Siento un golpeteo, a lo lejos, parece de la tierra del Quijote.

Escucho un golpeteo, un poco más cerca, y más real.

Escucho tres golpes, siempre fueron tres. Es la puerta, alguien llama.

No espero a nadie, y no hay nadie a quién pueda esperar. En el piso 6 las llamadas a la puerta son escasas cuando no se espera a nadie.

Me acerco, y miro por el ojillo de la puerta. Del otro lado hay una figura negra.

Espero a un nuevo llamado, espero...

Observo, a centímetros distantes. Distante.

Se balancea sobre un pie y el otro. Espera... espero... desespera. Se vuelve a balancear y apoyada sobre un pie golpea la puerta. Desespero.

Sin pensar demasiado tartamudeo vocablo inquisidor –¿Quién es?

Ufff... ¿sabrá quién es? Y... ¿sabré yo, aún si me lo dice?

/ No sé si el negro era su color realmente, o si la pintura se la dio mi mente /

Levanta la cabeza; una persona común, pero con la mirada vacía, completamente vacía. –Abrime – dijo con voz seca –soy yo.

Siento que la fiebre me toma de improviso, un metal frío sustituye a mi espina.

Me tumbo, me desvanezco de esta realidad. Caigo en el mundo intermedio, ese entre conciencias.

Muy a lo lejos sigo sintiendo la voz de quién llamaba a mi puerta, pero se escucha mucho más el incesante tic tac.

Hay cúmulos de ojos redondeos e inexpresivos que forman parte de alguna especie de criatura. Siento un púrpura intenso en la parte de atrás de mi cabeza intangible. Un ángulo describe la trayectoria curvilínea.

Vapores hielos entran y arremeten contra mi envenenado cuerpo y destilo mares de sal.

Un remolino de sonidos gente se atraviesa y me envuelve.

Colores ignotos me toman por sorpresa.

El lejano recuerdo de alguna canción se repite y se mezcla en mi cabeza, ella baila en forma de poseídas nieblas.

Mil ojos matan la noche, y vive en ella toda la ausencia.

Me despierto entonces ante un estrépito. Veo los miles de ojos redondos que me acompañan siempre, entrelazados por medio de apéndices que desconozco. Se mueven lentamente y mueven a la vez mis ojos.

Doy cuenta de un rostro, de esos tangibles, que me mira y se acerca. Y con él una luz demasiado brillante para mi noche ausencia.

Unas preguntas de demasiada blancura se reflejan en un guardapolvo de igual saturación. Preguntas que son demasiado comunes para describir.

Aparentemente no hay nada fuera de lo común, nada que valga la pena anotarse, aún a pesar de los hechos relatados; médicamente mi estado es muy bueno.

Luego de una noche por demás común, a no ser por el hecho de haberla pasado en un hospital, otro set de preguntas, tal vez un poco más curiosas y definitivamente más incómodas; los temas: drogas, enfermedades mentales, trastornos, tragedias, historia familiar; todas sin respuestas destacables.

Debo confesar que empecé a sentir curiosidad, ya que no tenía la más mínima idea de cómo había llegado a donde estaba, o de qué diablos fue ese estado previo a estos hechos más comunes. Si hubiera sido sólo un sueño no estaría en un hospital.

Con ya dos días de aburrimiento entre unos verdes lavados y enfermizos, por demás pulcros, llenos de falsedad, me elevaron al grado de libertad. Pude regresar a casa.

No antes de infinidad de análisis y exámenes, cabe agregar.

Quien había llamado a mi puerta unos días atrás no se presentó en el hospital, al parecer hubo una llamada desde mi propio celular, que estoy segura nunca hice, y nada más. Los paramédicos tocaron timbre a un vecino para que los dejen entrar y eso fue todo.

Piso 6 nuevamente, a solo instantes de mi cómodo hogar. Unos pasos, dos vueltas de llave y estoy adentro. Todo parece normal. Otros pasos más y me acerco a la sala de estar. Detrás de la mesa ratona que se yergue tímidamente entre almohadones, al ras del piso, yace mi cadáver, ese poluto y lleno de mentiras que no tuvo más remedio que aceptar el ser parte de la sociedad, y con ello su propia muerte.

No recuerdo cuántos días han pasado. En el piso 6 las llamadas a la puerta son casi inexistentes a las 4.30 am.

 
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